miércoles, 22 de marzo de 2017

Inteligencia Emocional

Ahora se habla mucho de inteligencia emocional. Aunque no sepamos muy bien “de qué va esta nueva moda”, me parece genial que la sociedad vaya dándose cuenta de lo necesaria que es. Que no es un asunto moñas de gente sensiblera. Que no tiene nada que ver con eso, sino con ser fuerte y eficaz, con sobrevivir, con la felicidad, con la satisfacción.

En octubre del 2014 David Caruso visitó A Coruña y tuve el placer de asistir a su conferencia. No me refiero al actor que da vida a Horatio en CSI Miami, que te veo venir. Me refiero al doctor David R. Caruso, de la Universidad de Yale, que vino para impartir una interesante conferencia sobre Inteligencia Emocional.

Decía (entre otras muchas cosas) que las emociones son información. Una información muy valiosa. Son información sobre nosotros mismos y nuestra forma de entender y vivir el mundo. Son información sobre los demás, sobre cómo se relacionan con nosotros y con su entorno. Entender las emociones, propias y ajenas, y saber manejarlas nos hace mejores en nuestro trabajo, en nuestra vida.

Es importante trabajar la IE con el alumnado? Claro que sí!

Cuando trabajamos con personitas pequeñas, me parece fundamental desarrollar al máximo nuestra inteligencia emocional, para saber modularnos, para poder entenderles, para empatizar.

También de esa forma seremos capaces de desarrollar su inteligencia emocional. Les podremos ayudar a entender e identificar sus emociones, y sólo así podrán luego llegar a manejarlas.

Todo esto importa porque creo que el aprendizaje es auténtico cuando hay emoción. Y si lo que transmitimos a nuestro alumnado es ansiedad, miedo, aburrimiento… así no podrán aprender bien. En cambio, si sabemos llegar a cada uno de ellos, si les enseñamos a manejar su frustración o su tristeza, será mucho más valioso su aprendizaje. Vale mucho la pena dedicarle tiempo a ello.


Bueno... y qué tal anda mi propia IE? Tengo el modo "entrenamiento" activado.

En mi caso, parece que me conozco bastante bien. Soy una persona muy reflexiva, a veces demasiado. Demasiado pensar, poco actuar. Hay que encontrar el punto medio, y en ello estoy.

Disfruto estando sola, me relajo y desconecto del mundo. Así recargo las baterías, sabes?. He tardado en entender que ser introvertida no está reñido con ser sociable. Que la soledad y la música me reconforten, y las necesite con frecuencia, no significa que no me guste también estar acompañada.

Soy de esa gente que prefiere estar con una o dos personas de confianza en un lugar tranquilo charlando hasta el amanecer, que estar en una fiesta. No me gustan demasiado las fiestas. El bullicio me pone de mal humor, lo noto enseguida. Y los que me rodean también, jejeje!



Últimamente estoy aprendiendo algo importante con respecto a las relaciones interpersonales (estoy aprendiendo muchas cosas, pero esta es especialmente importante). Venga, te lo cuento.

Como soy una persona comprometida, de vez en cuando me embarco con algún grupo con el que comparto intereses. Después sucede que se me ocurre alguna idea, que hago alguna propuesta, que empiezo a pensar en cómo se podría mejorar. Hasta ahí todo bien.

Pero mi contradicción y mi aprendizaje llegan en ese momento en el que no estoy de acuerdo con alguna cosa fundamental, cuando pienso diferente. Siempre me costó llevar la contraria al grupo. Es que si a todos les gusta el color rojo, y se burlan de quien prefiere el color verde, cómo voy a decir que me gusta el color verde y seguir siendo aceptada en el grupo? Pues me callo. Qué bonito es el rojo. Es precioso. Y así tienes un montón de amigos, y eres muy querida y te sientes muy bien.

Te sientes muy bien? Estás segura? Formar parte de un grupo en el que tu voz sólo puede reforzar las ideas previas, pero nunca puede ser discordante no te hace sentir bien. Es como si te traicionases a ti misma, y eso de traicionarse está muy feo.

Estoy aprendiendo a no dar la razón sólo para ser querida. A decir lo que pienso y ser fiel a mí misma, aunque el grupo no lo comparta. A tener voz, a usarla y a aceptar las consecuencias. Mucha gente se sorprende y te rechaza cuando ven que no compartes sus opiniones o sus métodos. En cambio otra gente lo celebra. Te ven como alguien más auténtico, más confiable. Entonces ya no tienes un montón de amigos. Tienes pocos, pero buenos, verdaderos, que te aceptan como eres.

Pánico me daba dar mi opinión. Pero ya no.


Con todo esto estoy también dándome cuenta de que quizá no conocía tan bien a la gente como yo pensaba. Que tengo que mejorar mucho mi inteligencia interpersonal. Que tengo que observar más y mejor. Que debo empatizar mejor, entender al otro de verdad.

Curiosamente, a pesar de todo, sí que parece que transmito confianza a la gente. Muchas personas se sienten cómodas para contarme sus preocupaciones y sus pensamientos, para pedir mi opinión o mi consejo. Me sucede a menudo, sobre todo con los peques... y yo feliz de que lo hagan! La verdad es que me parece todo un honor.

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